Cuando regresa a El Cairo después de 20 años en Estados Unidos, Masri, el protagonista de la clásica película egipcia “Bittersweet”, tiene que reajustarse a las degradantes condiciones de la vida diaria en Egipto. Pero su mayor sorpresa llega cuando va a la oficina del gobierno a pedir un nuevo pasaporte.
Para tramitar su solicitud, el funcionario a cargo pide “té” con 100 cucharaditas de azúcar, petición que desconcierta a Masri, hasta que su amigo le explica que el funcionario quiere un soborno.
“¿Le ayudo”, le dijo el funcionario al corrupto Masri, “o quiere ir más allá de la línea con ‘buena conciencia’?”
Entregar dinero en efectivo por saltarse una fila para recibir ayuda adicional o como agradecimiento se da tan por sentado en Egipto que las empresas a veces consideran esas “propinas” como un gasto comercial de rutina. Los aparcacoches, camareros, conserjes y repartidores los obtienen, tal como lo harían en otros países. Pero los recepcionistas de clínicas médicas privadas, los empleados gubernamentales e incluso las enfermeras de los hospitales, algunos de los cuales piden consejos a sus pacientes sobre tareas como ir a buscar agua.
Para cualquiera que vea “Bittersweet” en Egipto en 2025, 15 años después de su estreno, la magnitud del soborno que se recibe.
En 2010, 100 libras egipcias equivalían a unos 18 dólares. Hoy, después de varias crisis económicas y devaluaciones monetarias, el soborno no pagado de Masri valdría alrededor de 2 dólares.
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